Aprecio profundamente los momentos en los que me siento teológicamente «boquiabierto». Uno de esos momentos ocurre cada Día del Padre. Considera estas palabras de Jesús mientras nuestro Señor se prepara para ir a la cruz: «Y ahora, glorifícame Tú, Padre, junto a Ti, con la gloria que tenía contigo antes que el mundo existiera» (Jn 17:5).
Aquí hay una gran verdad teológica que vemos de inmediato, que Dios es antes de que todo fuera. Dios —el Dios Trino de nuestra fe— , quien existe eternamente en tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, siempre ha sido. De hecho, una de las afirmaciones centrales de nuestra confesión cristiana ortodoxa compartida es que Dios siempre ha existido y nunca ha tenido un comienzo. Completamente distinto de Su creación, Él es la fuente de toda vida.
Eso es sin duda suficiente para dejarte sin palabras, pero hay otro «wow» en este versículo, y uno que es especialmente grande para que lo meditemos este fin de semana: la confesión de la relación de Jesús con el Padre es también anterior a la existencia del mundo. Eso significa que el Padre siempre ha sido el Padre y el Hijo siempre el Hijo. Desde la eternidad, mucho antes de la creación, Dios ha sido un Padre amoroso.
¿Por qué esto es tan sorprendente? Bueno, para empezar, eso significa que cuando el Dios Trino crea vida —materia, montañas, árboles, animales y, por último, la humanidad—, Su creación suele ser en análogos, representaciones de quién es Él y cómo es Él.
En muchos aspectos, la paternidad es uno de esos análogos. Todos tenemos padres —buenos o malos—, pero cada uno de ellos es un análogo imperfecto de la gran paternidad de Dios. Dios Padre es el modelo de Padre, el que ama perfectamente, da perfectamente, protege perfectamente, cuida perfectamente, escucha perfectamente, actúa perfectamente. En pocas palabras, Dios crea a los padres, en parte, para demostrar activamente y guiarnos hacia cómo es Él y quién es Él. Ese es el gran «wow».
En este fin de semana del Día del Padre, tiene sentido que celebremos a los padres entre nosotros. Esos hombres que ven deportes, cortan el césped, cuentan chistes y dicen «déjame arreglar eso», que nos han bendecido y nos han dado tanto. Aunque sean imperfectos, amamos a los padres en nuestras vidas y oramos para que la gracia de Dios esté sobre ellos, guiándolos en quebrantamiento hacia un amor y una devoción más profundos por Cristo. Tal vez hoy sea un día para una llamada telefónica, un abrazo o incluso una oración de agradecimiento por un papá que ha ido a casa con el Señor después de una labor bien hecha.
Así como es un buen día, para muchos es un día difícil. Quizá la idea de «papá» nos traiga más recuerdos dolorosos que agradables. Más que ganancias recibidas de nuestros padres, hemos sufrido muchas pérdidas y heridas. Hemos anhelado el papá de televisión que aparece en la tarjeta de felicitación o incluso simplemente un mejor padre: uno que nos quiera, uno que nos pregunte cómo estamos o simplemente uno que esté presente. El Día del Padre puede ser doloroso para muchos.
De cualquier manera, en este día de dolor o de gozo, los análogos nos recuerdan que no solo debemos considerar a nuestros padres, sino también elevar la mirada hacia el glorioso Padre Celestial que tenemos gracias a la obra redentora de Cristo. Recuerda que todos los demás padres —incluso los más grandes de esta tierra— son solo pequeños destellos de la paternidad perfecta de Dios. Que Su amor, misericordia, favor y bondad atraigan hoy todos nuestros corazones hacia Él en una acción de gracias y un amor más profundos.