La maternidad es el trabajo más hermoso que el Señor me ha podido dar, pero también el más difícil que he tenido que enfrentar. He pasado por un sinfín de situaciones de sufrimiento con mis hijos desde que estaban en mi vientre, luego enfermedades que llegaron durante la niñez y aún momentos de incertidumbre en su vida adulta.
Tuve complicaciones con todos mis embarazos, pero gracias a Dios mis hijos nacieron sin dificultad. Recuerdo que mientras mis bebés crecían empezaron a atravesar por situaciones cotidianas de dolor, como la llegada de sus primeros dientes, algún golpe por una caída o un malestar estomacal por algo que comieron. Pero no todo fue tan trivial.
Una de mis hijas enfrentó un diagnóstico de una enfermedad desconocida que la tuvo batallando fuertemente por más de dos semanas mientras los médicos no nos daban respuestas concretas. A pesar de estar en uno de los mejores hospitales de la ciudad donde vivíamos, le dieron unas pocas horas de vida. Sin embargo, el Señor mostró Su misericordia y mi hija pudo salir de esa crisis. Mis hijos siguieron creciendo y más adelante fueron enfrentando diferentes situaciones, tanto en la escuela como cuando estudiaron en casa. Cualquier dolor o pena que ellos atraviesen me afecta como madre. He sufrido por mis hijos y lo sigo haciendo cuando ellos pasan por desilusiones, dificultades, lucha con algún pecado, toman decisiones incorrectas, o atraviesan falta de trabajo y muchas otras aflicciones que vivimos en esta vida bajo el sol.
Si eres madre, seguro te identificas conmigo, sin importar la etapa de la maternidad en la que te encuentres. Es natural que suframos por nuestros hijos. Estoy segura que habrás pasado momentos como los que he comentado o incluso peores.
El sufrimiento de este lado de la gloria siempre estará presente aun para nosotros que somos hijos de Dios. Desde el momento en que Adán y Eva pecaron, el dolor se hizo presente en esta tierra. Cuando nos arrepentimos de nuestros pecados y reconocemos a Cristo como Señor y Salvador, tenemos la esperanza de que cuando estemos en el cielo gozaremos de la presencia del Señor y le adoraremos por la eternidad. Nuestras lágrimas serán secadas y el sufrimiento habrá terminado. Pero mientras estemos aquí, el dolor forma parte de nuestras vidas. La pregunta ante esta realidad inevitable es: ¿Qué puedo hacer cuando mis hijos sufren?
Te compartiré cinco consejos que me han sostenido en medio del dolor ante el sufrimiento que experimentaron aquellos a quienes amo tanto:
1) Sé una madre que depende de Dios
Durante cada etapa de nuestra vida, no solo en la maternidad, necesitamos la ayuda permanente de nuestro Dios. Cada paso que demos o cada decisión que tomemos debe tomarse en dependencia completa de Él.
Nuestro cuerpo necesita del sustento que viene a través del alimento y nuestro corazón necesita del socorro, fortaleza y consuelo de nuestro Padre. Recordemos las palabras de Jesús que nos apuntan a una dependencia absoluta y completa, no a medias: «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de Mí nada pueden hacer» (Jn 15:5).
2) Sé una madre que ama y otorga gracia
Cuando nuestros hijos sufren, especialmente cuando es producto de su propio pecado y enfrentan duras consecuencias, debemos estar dispuestas a amarlos. Nuestro amor como madres no está condicionado por las circunstancias, sino que pasa por alto las ofensas, ama en todo tiempo y no está sujeto a nuestras expectativas o deseos.
Como creyentes, estamos llamadas a amar como Dios nos ama (1 Co 13:13) y compartir de la gracia que hemos recibido. Evitemos posicionarnos como esa persona que lo ha hecho todo bien y, más bien, compartamos con ellos de aquellas ocasiones en las que tuvimos que correr a Dios en arrepentimiento, esos momentos en los que experimentamos el amor incondicional y la gracia sobreabundante del Señor hacia nosotras.
Que esos recuerdos nos lleven a amar a nuestros hijos de la misma manera en que hemos sido amadas y oremos por ellos para que también puedan ver su pecado, arrepentirse y hallar la gracia abundante que solo el Señor puede brindarles.
3) Sé una madre que no busca tener el control
Cuando nuestros hijos sufren, la tentación de buscarles soluciones y arreglarles lo que está mal es muy fuerte. Nuestra reacción generalmente es correr tras la búsqueda de soluciones que libren a nuestros hijos de la prueba. Sin embargo, sea la etapa que sea, te animo a no ser un estorbo entre la voluntad de Dios y Su obra en la vida de tus hijos (Pr 3:5-6).
En lugar de ser mamás controladoras, debemos ser mamás que confían en los planes y propósitos que Dios tiene cuando permite que nuestros hijos enfrenten situaciones difíciles y dolorosas. Confía en que Su obra no solamente se llevará a cabo en nuestros hijos, sino también en aquellos que les rodeamos. ¡Él cumplirá Su propósito! (2 Ti.1:12).
Es indudable que las pruebas ayudarán a madurar a nuestros hijos. Aconséjales conforme a lo que dice la Palabra, ora por ellos y permite que asuman la responsabilidad completa por sus vidas.
4) Sé una madre que confía en Dios
Es posible que el tiempo nos parezca eterno cuando nuestros hijos sufren. Los minutos se sienten horas y las horas se convierten en días. A lo mejor esa tormenta que hoy enfrentan solo empeore a pesar de nuestros mejores deseos.
Cuando la ansiedad, culpabilidad, desánimo o desconfianza se hacen presentes y pareciera que Dios se tarda en responder nuestras oraciones a favor de nuestros hijos, recuerda: Dios está presente aunque todo lo que tú escuches sea un silencio prolongado. Él está allí, con nosotras y con nuestros hijos. Él está trabajando en nuestro carácter y en las vidas de nuestros hijos (Sal 27:14).
5) Sé una madre que pone su esperanza en Cristo
Cuando escuchas a un médico decir que tu niña de dos años y medio no tiene esperanza de vida, cuando tus hijos sufren por desilusiones, consecuencias de pecado y por cualquiera de los sufrimientos que puedan experimentar a lo largo de la vida, recuerda que nuestra esperanza está en Cristo.
Él hará Su voluntad en sus vidas al igual que en la nuestra. Por lo tanto, derrama tu corazón ante el poder de la cruz. No hay sufrimiento que Cristo no pueda enfrentar contigo y no hay vida que esté más allá de Él y Su poder. Nuestra esperanza está sostenida por Sus promesas (Fil 1:6).
Dios está presente en medio del sufrimiento de nuestros hijos y Su evangelio nos trae esperanza y fuerzas para amarlos, acompañarlos y permanecer fieles a Él a pesar de todo. Su evangelio nos recuerda que Cristo, sin haber pecado, sufrió por nuestros pecados (1 P 2:21-24). Él conoce el sufrimiento de primera mano. Recordemos que por más hondo que parezca el sufrimiento de aquellos a quienes más amamos, y aún cuando sintamos que nuestro corazón se desgarra al verlos atravesar momentos dolorosos, nuestro sostén viene solamente de Cristo. Él nunca nos dejará ni nos desamparará (Sal 119:114).
Liliana Llambés