Vv. 6—14. Juan el Bautista vino a dar testimonio de Jesús. Nada revela con mayor plenitud las
tinieblas de la mente de los hombres que cuando apareció la Luz y hubo necesidad de un testigo para
llamar la atención a ella. Cristo era la Luz verdadera; esa gran Luz que merece ser llamada así. Por
su Espíritu y gracia ilumina a todos los que están iluminados para salvación; y los que no están
iluminados por Él, perecen en las tinieblas. Cristo estuvo en el mundo cuando asumió nuestra
naturaleza y habitó entre nosotros. El Hijo del Altísimo estuvo aquí en este mundo inferior. Estuvo
en el mundo, pero no era del mundo. Vino a salvar a un mundo perdido, porque era un mundo de Su
propia hechura. Sin embargo, el mundo no le conoció. Cuando venga como Juez, el mundo le
conocerá. Muchos dicen que son de Cristo, aunque no lo reciben porque no dejan sus pecados ni
permiten que Él reine sobre ellos. —Todos los hijos de Dios son nacidos de nuevo. Este nuevo
nacimiento es por medio de la palabra de Dios, 1 Pedro i, 23, y por el Espíritu de Dios en cuanto a
Autor. Por su presencia divina Cristo siempre estuvo en el mundo, pero, ahora que iba a llegar el
cumplimiento del tiempo, Él fue, de otra manera, Dios manifestado en la carne. Obsérvese, no
obstante, los rayos de su gloria divina que perforaron este velo de carne. Aunque tuvo en la forma de
siervo, en cuanto a las circunstancias externas, respecto de la gracia su forma fue la del Hijo de Dios
cuya gloria divina se revela en la santidad de su doctrina y en sus milagros. Fue lleno de gracia,
completamente aceptable a su Padre, por tanto, apto para interceder por nosotros; y lleno de verdad,
plenamente consciente de las cosas que iba a revelar.