Vv. 23—31. Pablo persuadió a los judíos acerca de Jesús. Algunos fueron trabajados por la
palabra y otros, endurecidos; algunos recibieron la luz, y otros cerraron sus ojos contra ella. Este ha
sido siempre el efecto del evangelio. Pablo se separó de ellos observando que el Espíritu Santo había
descrito bien el estado de ellos. Todos los que oyen el evangelio, sin obedecerlo, tiemblen ante su
sino, porque, ¿quién los sanará si Dios no? —Los judíos razonaron mucho entre ellos, después.
Muchos de los que tienen un gran razonamiento no razonan correctamente. Hallan defectuosas las
opiniones de unos y otros, pero no se rinden a la verdad. Ni tampoco los convencerá el razonamiento
de los hombres, si la gracia de Dios no les abre el entendimiento. Mientras nos dolemos por los
desdeñosos, debemos regocijarnos que la salvación de Dios sea enviada a otros que la recibirán; si
somos de ese grupo, debemos estar agradecidos de Aquel que nos ha hecho diferir. El apóstol se
adhirió a su principio de no conocer ni predicar otra cosa sino a Cristo, y éste crucificado. Cuando
los cristianos son tentados por su ocupación principal, deben retrotraerse con esta pregunta, ¿qué
tiene que ver esto con el Señor Jesús? ¿Qué tendencia hay en eso que nos lleve a Él y nos mantenga
caminando en Él? El apóstol no se predicaba a sí mismo, sino a Cristo y no se avergonzaba del
evangelio de Cristo. —Aunque a Pablo lo pusieron en una condición muy estrecha para ser útil, no
se sintió perturbado por ella. Aunque no era una puerta ancha la que se le abrió a él, sin embargo, no
toleró que nadie la cerrara; y para muchos era una puerta eficaz, de modo que hubo santos hasta en la
casa de Nerón, Filipenses iv, 22. También de Filipenses i, 13, aprendemos cómo Dios pasa por alto
la prisión de Pablo para el avance del evangelio. Y no sólo los residentes de Roma, sino toda la
iglesia de Cristo, hasta el día presente, y en el rincón más remoto del planeta, tienen mucha razón
para bendecir a Dios porque él fuera detenido como prisionero durante el período más maduro de su
vida cristiana. Fue desde su prisión, probablemente encadenado mano a mano con el soldado que lo
custodiaba, que el apóstol escribió las epístolas a los Efesios, Filipenses, Colosenses, y Hebreos;
estas epístolas muestran, quizá más que cualesquiera otras, el amor cristiano con que rebosaba su
corazón, y la experiencia cristiana con que estaba llena su alma. —El creyente de la época actual
puede tener menos triunfo y menos gozo celestial que el apóstol, pero todo seguidor del mismo
Salvador está igualmente seguro de estar a salvo y en paz al final. Procuremos vivir más y más en el
amor del Salvador; trabajar para glorificarle con toda acción de nuestra vida; y con toda seguridad
por su poder, estaremos entre los que ahora vencen a sus enemigos; y por su gracia gratuita y
misericordia, en el más allá estaremos en la compañía bendita que se sentará con Él en su trono, así
como Él venció y está sentado en el trono de su Padre, a la diestra de Dios para siempre jamás.