Vv. 32—38. Después de todo nuestro escudriñar las Escrituras, hay más que aprender de ellas.
Debiera complacernos pensar cuán grande fue el número de los creyentes del Antiguo Testamento, y
cuán firme era su fe, aunque su objeto no estaba, entonces, tan claramente dados a conocer como
ahora. Debemos lamentar que ahora, en los tiempos del evangelio, cuando la regla de la fe es más
clara y perfecta, sea tan pequeño el número de los creyentes y tan débil su fe. Es la excelencia de la
gracia de la fe, que mientras ayuda a los hombres a hacer grandes cosas, como Gedeón, les impide
pensar cosas grandes y elevadas acerca de sí mismos. La fe, como la de Barac, recurre a Dios en
todos los peligros y dificultades, y entonces responde agradecida a Dios por todas sus misericordias
y liberaciones. —Por fe, los siervos de Dios vencerán aun al león rugiente que anda viendo a quien
devorar. La fe de los creyentes dura hasta el final, y al morir, le da la victoria sobre la muerte y sobre
todos sus enemigos mortales, como a Sansón. La gracia de Dios suele fijarse sobre personas
totalmente inmerecedoras, y muy poco merecedoras para hacer grandes cosas por ellos y para ellos.
Pero la gracia de la fe, dondequiera que esté, pondrá a los hombres a reconocer a Dios en todos sus
caminos, como a Jefté. Hará osados y valerosos a los hombres en una causa buena. Pocos se hallaron
con pruebas más grandes, pocos mostraron una fe más viva que David, y él dejó un testimonio en
cuanto a las pruebas y los actos de fe en el libro de los Salmos, que ha sido y siempre será de gran
valor para el pueblo de Dios. Probablemente los que van a crecer para distinguirse por su fe,
empiecen a veces a ejercerla como Samuel. La fe capacitará al hombre para servir a Dios y a su
generación en toda forma en que pudiera ser empleada. —Los intereses y los poderes de los reyes y
los reinos suelen oponerse a Dios y a su pueblo, pero Dios puede someter fácilmente a todos los que
se pongan en contra. Obrar justicia es honor y dicha más grande que hacer milagros. Por fe tenemos
el consuelo de las promesas y por fe somos preparados a esperar las promesas y a recibirlas a su
debido tiempo. Aunque no esperemos ver que nuestros parientes o amigos muertos son restaurados a
la vida en este mundo, de todos modos la fe nos sostendrá al perderlos y nos dirigirá a la esperanza
de una resurrección mejor. —¿Nos sorprenderemos más por la maldad de la naturaleza humana que
es capaz de crueldades tan espantosas con sus congéneres, o con la excelencia de la gracia divina que
es capaz de sostener al fiel sometido a esas crueldades y hacerlos pasar a salvo por todas ellas? ¡Qué
diferencia hay entre el juicio de Dios a un santo y el del hombre! El mundo no es digno de los santos
perseguidos e injuriados a quienes sus perseguidores reconocieron como indignos de vivir. No son
dignos de su compañía, ejemplo, consejo y otros beneficios. Porque ellos no sabían qué es un santo
ni el valor de un santo, ni cómo usarlo; ellos odian y echan lejos a los tales, como hace con la
ofrenda de Cristo y su gracia.