Vv. 22—26. Al honrar a su padre, José tuvo días largos en la tierra que, por el presente, Dios le
había dado. Cuando vio que se acercaba su muerte, consoló a sus hermanos con la seguridad del
regreso de ellos a Canaán en el debido momento. Debemos consolarnos unos a otros con las mismas
consolaciones con que hemos sido consolados por Dios y animarlos a descansar en las promesas que
son nuestro apoyo. Como una confesión de su propia fe y una confirmación de la de ellos, les
encarga que dejen sin enterrar sus restos hasta el día glorioso en que ellos se establezcan en la tierra
prometida. Así, pues, José por fe en la doctrina de la resurrección y en la promesa de Canaán, dio
mandamiento acerca de sus huesos. Esto iba a mantener viva la expectativa de ellos en cuanto a una
pronta salida de Egipto y a tener a Canaán presente en forma continua. Además, esto uniría a la
posteridad de José con sus hermanos. —La muerte, como también la vida de este eminente santo, fue
verdaderamente excelente; ambas nos dan una firme exhortación de perseverancia en el servicio de
Dios. ¡Cuán dichoso empezar temprano en la carrera celestial, seguir firme y terminar la carrera con
gozo! Esto que hizo José, nosotros también podemos hacer. Hasta cuando los dolores de la muerte
estén sobre nosotros, si hemos confiado en quien confiaron los patriarcas, los profetas y los
apóstoles, no temamos decir: “mi carne y mi corazón desfallecen, mas la roca de mi corazón y mi
porción es Dios para siempre”.