Vv. 7—12. Con la seriedad de la edad avanzada, la piedad del creyente verdadero y la autoridad
de un patriarca y profeta, Jacob suplicó al Señor que otorgara una bendición al faraón. Actuó como
hombre que no se avergüenza de su religión; y que expresa gratitud al benefactor suyo y de su
familia. —Aquí tenemos una respuesta muy poco corriente a una pregunta muy común. Jacob llama
peregrinaje a su vida; el paso de un forastero por un país extranjero, o patria pasajera a su propio
país. No estaba cómodo en la tierra; su habitación, su herencia, sus tesoros estaban en el cielo.
Cuenta su vida por días; hasta por días se cuenta la vida con celeridad y no estamos seguros de que
continúe por un día más. Por tanto, contemos nuestros días. Sus días fueron pocos. Aunque había
vivido ciento treinta años, parecían pocos días en comparación con los días de la eternidad y el
estado eterno. Son malos; esto es verdad tocante al hombre. Vive pocos días y llenos de problemas;
puesto que sus días son malos, es bueno que sean pocos. La vida de Jacob había estado llena de días
malos. La vejez le llegó más pronto que a algunos de sus antepasados. Así como el joven no debe
enorgullecerse de su fuerza o belleza, el viejo no debe enorgullecerse de su edad y de sus canas,
aunque los demás las reverencien con justicia; porque los que son considerados muy viejos no llegan
a los años de los patriarcas. La cabeza blanca sólo es corona de gloria, cuando se halla en el camino
de la justicia. Esa respuesta no podía dejar de impresionar el corazón del faraón recordándole que la
prosperidad y felicidad mundana no pueden durar mucho y no bastan para satisfacer. Después de una
vida de vanidad y vejaciones, el hombre va a la tumba, al igual desde un trono como desde una
choza. Nada puede hacernos felices sino la perspectiva de un hogar eterno en el cielo, después de
nuestro breve y agobiante peregrinaje sobre la tierra.