Adán y Eva pecan porque eligen confiar en la palabra de la serpiente en lugar de la Palabra de Dios.
Este mismo pecado continúa en Génesis 4, pero de una manera ligeramente diferente detrás de escena.
Si leemos con cuidado, podemos ver que los pecados de Génesis 4 se debieron a un mal manejo de la Palabra de Dios que tuvo lugar en Génesis 4:1.
El adquirido vs. el sin valor
Luego de que Adán y Eva se rebelaran contra Dios, Él pronuncia un juicio sobre la serpiente: «Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; Él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el talón» (Gn 3:15).
Imagina a Eva escuchando esas palabras y mirando alrededor del Edén. Al no ver a ninguna otra mujer, ¿qué es lo que probablemente habría asumido? Que la «simiente de la mujer» prometida era una promesa para ella. Dará a luz un hijo, este aplastará a la serpiente y ella volverá a entrar en el paraíso.
De hecho, así es exactamente como Eva entiende la promesa de Dios. Tiene un hijo, lo llama Caín, y lo explica así: «He adquirido varón con la ayuda del Señor» (Gn 4:1). El nombre Caín suena parecido a la palabra hebrea que significa «he adquirido»: se llama literalmente «el que he conseguido». La emoción de Eva es evidente: Caín, el «adquirido», es la simiente que Dios ha prometido.
Adán y Eva tienen poco después un segundo hijo y lo llaman Abel (Gn 4:2). Eva se muestra esta vez menos entusiasta y ni siquiera explica por qué eligió su nombre. Sin embargo, las Escrituras lo explican en otros lugares. «Abel» es la palabra más destacada del Eclesiastés; se traduce como «vanidad». Eva ya tiene a su «adquirido» que aplastará a la serpiente y la devolverá al paraíso, así que ¿por qué le había dado Dios otro hijo? Abel parece no tener sentido. Es el «sin valor».
¿Qué habrán hecho estos nombres en la psique de estos dos niños? Cada vez que alguien llama a Caín, él oye que le alaban. Es el regalo de Dios al mundo, el que purificará la creación del dominio de la serpiente. Abel, en cambio, no oye más que negatividad: a diferencia de su hermano, él carece de propósito. (Gracias a C. Judson Davis, profesor de hebreo en el Bryan College, por enseñar el significado de estos nombres).
Esta división de carácter se muestra cuando los hermanos ofrecen sus sacrificios. Dios había dado un paradigma de sacrificio al matar un animal para cubrir la vergüenza de Adán y Eva (Gn 3:21). Los sacrificios de animales son sangrientos, sucios y malolientes, y las personas arrogantes no siempre se sienten atraídas por el trabajo manual. Por supuesto, Caín elige sacrificar a su manera, sin seguir el ejemplo de Dios como hace Abel. Es un principio que la Biblia cristalizará más adelante: Dios se opone a los soberbios, pero da gracia a los humildes (Stg 4:6). El rechazo hiere el orgullo de Caín y finalmente su arrogancia le lleva al asesinato (Gn 4:8) y a la apostasía (Gn 4:17; cp. 1 Jn 3:12; Jud v. 11).
El pecado detrás de los pecados de Caín
La arrogancia, la ira y la apostasía de Caín son las más notables, pero detrás de ellas se esconde otro pecado. De hecho, el principal pecado de Génesis 4 es el mismo que el de Génesis 3. En ambos capítulos, el pueblo de Dios falla en atender Sus palabras.
En Génesis 3, Eva es engañada y eso la lleva a desconfiar de la Palabra de Dios (Gn 3:1-7). En Génesis 4, confía en la promesa de Dios, pero la interpreta y aplica de forma errónea. Piensa que la promesa se refiere a ella de forma literal y que tendrá un cumplimiento bastante inmediato. Sus creencias erróneas sobre la Palabra de Dios la llevan a dar a sus hijos nombres horribles (y potencialmente también a criarlos mal). Esto a su vez cultiva la arrogancia de Caín, que culmina en la ira, el asesinato y la apostasía. Pero todo se derivó de un mal manejo de la Palabra de Dios.
Cuando me encuentro con Génesis 3-4, me siento desafiado a reflexionar sobre mi propia relación con la Palabra de Dios. Génesis 3 me impulsa a preguntarme si estoy confiando en ella como mi máxima autoridad; Génesis 4 me lleva a preguntarme si estoy siguiendo el mandato de Pablo: «Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad» (2 Ti 2:15). Vale la pena esforzarnos por hacer buenas interpretaciones, porque las malas pueden tener consecuencias desastrosas. Por la gracia de Dios, no todas las malas interpretaciones dan lugar a circunstancias tan nefastas. Aún así, manejar mal Sus palabras en cualquier aspecto es peligroso. ¿Me estoy esforzando por entender y enseñar la Sagrada Escritura con la máxima precisión, o me he dejado llevar por la pereza y he empezado a desviarme (Heb 2:1)?
Nuestro mejor hermano
En Génesis 4, a pesar de que la sangre de Abel clama por venganza desde la tierra (v. 10), Dios sigue mostrando misericordia hacia Caín (vv. 15-16).
El autor de Hebreos retoma esto más adelante, enseñando que la «sangre rociada de Jesús… habla mejor que la sangre de Abel» (Heb 12:24). Si Dios está dispuesto a mostrar misericordia a Caín cuando la sangre de Abel clama venganza, ¿cuánto más debe estar dispuesto a mostrarnos misericordia cuando la sangre de Jesús clama perdón (Lc 23:34)?
Por nuestro pecado, nosotros al igual que Caín, hemos golpeado a nuestro «hermano» (Heb 2:11). Sin embargo, Cristo vino precisamente para eso: para ser quebrantado por nosotros y por nuestra salvación (Is 53:4). Él es la verdadera simiente de la mujer que ha aplastado la cabeza de la serpiente, y ahora todos los pecadores están invitados a acudir a Él con gran gozo (Heb 12:22-24).
JACKSON GRAVITT