Te propongo que viajemos juntos con la imaginación al capítulo 3 del libro de Génesis, donde se relata una reunión interesantísima. El hombre acababa de decidir mal, la serpiente acababa de engañarlo y Dios los juntó a ambos para acordar las nuevas bases y condiciones. «Adán, vas a trabajar pero va a costarte sudor y la tierra va a producirte espinos». «Eva, vas a dar a luz con mucho dolor». «Satanás, voy a elegir un pueblo del cual va a nacer alguien que va a aplastarte la cabeza para siempre» (paráfrasis personal).
Quiero detenerme un segundo en lo que Dios le decreta a Satanás, porque allí se explica un poco la historia misma de la humanidad. Si entendemos esto, todo el Antiguo Testamento y la historia entera cobrarán otro sentido. Desde que Satanás recibió esta sentencia podemos ver cómo, durante todo el Antiguo Testamento, hubo un intento tras otro de Satanás por destruir un pueblo, porque él sabía que de ese pueblo finalmente nacería su vencedor. Y así fue como el diablo se valió de los filisteos, jebuseos, ferezeos y todos los «eos» que te imagines para intentar destruir al pueblo del cual nacería el Mesías Salvador.
Y aun después, cuando ya había nacido, podemos observar cómo este mismo espíritu posee a Herodes y en un último manotazo de ahogado manda a matar a todos los menores de dos años en Belén. De la misma manera, años más tarde a través de Pedro trató de convencer a Jesús de que no muriera en la cruz, pero el Señor le respondió: «Aléjate de mí, Satanás», porque estaba a punto de cumplirse la palabra: «Este te aplastará la cabeza». (Génesis 3:15).
La historia de Dios es la historia de un padre que quiere reunir a todas las naciones del mundo en su familia. Dios buscaba alguien a través de quien cumplir este plan, y encontró a Abraham; miró su corazón y encontró uno de padre como el suyo. Quizás el diálogo entre ambos podría haber sido: «Abraham, tengo un plan, y como tú tienes un corazón de padre como el mío, quiero usarte para reunir en ti a todas las familias de la tierra para bendecirlas. Y al elegirte a ti, estoy eligiendo a tu hijo y a los hijos de tus hijos para este propósito: reunirlos a todos y bendecirlos» (Génesis 12:3).
El llamado de Abraham y de todo Israel siempre estuvo relacionado con ir y encontrar a la familia espiritual de Dios en las naciones. El pueblo de Israel fue elegido para esto: servir a todas las naciones. Dios es buscador por naturaleza; Él busca incansablemente a sus hijos, quiere reunirlos en su familia y traerlos de todas partes del mundo. No se cansa de esperarlos. Los deja decidir. Espera sin manipular, ni forzar ni empujar. Él no obliga, solo atrae, seduce, espera como ese padre que seguramente salía todas las tardes a ver si su hijo regresaba. Pero también busca, como esa mujer desesperada por su moneda, o como aquel hombre con su oveja (Lucas 15).
¡Qué asombrosa manera de buscar y qué profunda y misteriosa forma de amar! Porque buscar es amar. Nadie invierte mucho tiempo buscando lo que realmente no ama. A pesar de que más de una vez muchos se esconden detrás de lo que pueden, el mejor buscador de la historia, el incansable, sigue preguntando como a Eva y Adán en el huerto: «¿Dónde estás?». Y esa pregunta sigue encontrando diariamente a miles de personas que se dejan encontrar, ya que como dice Lucas 19:10, el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.
Ahora, nosotros fuimos creados a la imagen de un buscador: no solo nacimos para ser encontrados sino también para buscar. Él reúne buscadores que se sumen a su tarea y vayan por la vida buscando a otros.
La historia de la Navidad en sí es una historia de búsqueda. Dios mandó a Jesús a buscar lo que le pertenece y se había perdido. Aún hay muchas personas por todos los rincones del mundo esperando que alguien los encuentre; hagamos que esta Navidad para nosotros, entre otras cosas, se transforme en una hermosa y cautivante época de búsqueda, en la que con el amor, la gracia y la paciencia de Dios podamos encontrar corazones perdidos para poder reunirlos en una familia de Dios que los espera con brazos abiertos.
No te distraigas con otros estímulos en esta Navidad. No permitas que te contagien los inestables estados de ánimo de quienes te rodean. Déjate guiar por Dios y súmate a su búsqueda, ya que muy cerca de ti hay personas que desesperadamente necesitan el abrazo de un padre amoroso que desea encontrarlos.