Vv. 14, 15. Dios dicta sentencia; y comienza donde empezó el pecado, con la serpiente. Los
instrumentos del diablo deben compartir los castigos del diablo. Bajo el disfraz de la serpiente el
diablo es sentenciado a ser degradado y maldecido por Dios; detestado y aborrecido por toda la
humanidad: también a ser destruido y arruinado al final por el gran Redentor, cosa significada por el
aplastamiento de su cabeza. Se declara la guerra entre la Simiente de la mujer y la simiente de la
serpiente. El fruto de esta enemistad es que haya una guerra continua entre la gracia y la corrupción
en los corazones del pueblo de Dios. Satanás, por medio de sus corrupciones los abofetea, los
zarandea y procura devorarlos. El cielo y el infierno nunca pueden ser reconciliados, tampoco la luz
y las tinieblas; no más que Satanás y un alma santificada. Además, hay una lucha continua entre los
malos y los santos de este mundo. Se hace una promesa bondadosa sobre Cristo, como el libertador
del hombre caído del poder de Satanás. Esta era la aurora del día del evangelio: tan pronto como fue
hecha la herida se proveyó y reveló el remedio. Esta bondadosa revelación de un Salvador llegó sin
que la pidieran ni la buscaran. Sin una revelación de misericordia, que da esperanzas de perdón, el
pecador convicto se hundiría en la desesperación y se endurecería. Por fe en esta promesa fueron
justificados y salvados nuestros primeros padres, y los patriarcas anteriores al diluvio. Se dan
detalles sobre Cristo. —1. Su encarnación o venida en la carne. Que su Salvador sea la Simiente de
la mujer, hueso de nuestro hueso, da gran aliento a los pecadores, Hebreos ii. 11, 14. —2. Sus
sufrimientos y muerte; señalados en que Satanás heriría su calcañar, esto es, su naturaleza humana.
Los sufrimientos de Cristo continúan en los sufrimientos de los santos por su nombre. El diablo los
tienta, los persigue y los mata; y así, hiere el calcañar de Cristo, que es afligido en las aflicciones de
los santos. Pero mientras el calcañar es herido en la tierra, la Cabeza está en el cielo. —3. Su victoria
sobre Satanás. Cristo frustró las tentaciones de Satanás, rescató almas de sus manos. Por su muerte
asestó un golpe fatal al reino del diablo, una herida incurable en la cabeza de esta serpiente. A
medida que el evangelio gana terreno, Satanás cae.