Vv. 29—34. Aquí tenemos la transacción hecha entre Jacob y Esaú por la primogenitura, que era
de Esaú por nacimiento pero de Jacob por la promesa. Era un privilegio espiritual y vemos el deseo
de Jacob por la primogenitura pero procuró obtenerla por medios torcidos, no según su carácter de
hombre sencillo. Él tenía razón al codiciar fervientemente los mejores dones; hizo mal al
aprovecharse de la necesidad de su hermano. La herencia de los bienes mundanos del padre de ellos
no le correspondía a Jacob y no estaba incluida en esta proposición. Pero que incluía la posesión
futura de la tierra de Canaán por parte de los hijos de sus hijos, y el pacto hecho con Abraham en
cuanto a Cristo la Simiente prometida. El creyente Jacob valoró estas cosas por encima de todo; el
incrédulo Esaú las despreció. Aunque debemos tener el juicio de Jacob para procurar la
primogenitura, debemos evitar cuidadosamente toda malicia al tratar de conseguir aun las mayores
ventajas.
El guiso de Jacob agradó a los ojos de Esaú. “Te ruego que me des a comer de ese guiso rojo”;
por eso fue llamado Edom o Rojo. Satisfacer el apetito sensual arruina miles de almas preciosas.
Cuando los corazones de los hombres andan en pos de sus ojos, Job xxxi, 7, y cuando sirven a sus
vientres, pueden tener la seguridad de que serán castigados. Si nos empeñamos en negarnos a
nosotros mismos, rompemos la fuerza de la mayoría de las tentaciones. No puede suponerse que
Esaú estuviera muriéndose de hambre en la casa de Isaac. Las palabras significan yo voy hacia la
muerte; él parece decir: “Yo nunca viviré para heredar Canaán o ninguna de estas supuestas
bendiciones futuras y lo que signifiquen para quien las tenga cuando yo esté muerto y haya partido”.
Este sería el lenguaje de lo profano con que el apóstol lo califica, Hebreos xii, 16; y este
menosprecio de la primogenitura es su culpa, versículo 34. Es la mayor necedad separarnos de
nuestro interés en Dios, Cristo y el cielo, por las riquezas, los honores y los placeres de este mundo;
es un negocio tan malo como el que vende su primogenitura por un plato de guiso. —Esaú comió y
bebió, agradó a su paladar, satisfizo su apetito y, luego, se levantó descuidadamente y se fue, sin
pensar seriamente ni lamentar el mal negocio que había hecho. Así, Esaú despreció su
primogenitura. Por su negligencia y desprecio posteriores y justificándose en lo que había hecho,
puso el asunto en el olvido. La gente es destruida no tanto por hacer lo que es malo como por hacerlo
y no arrepentirse de ello.