El pueblo de Dios siempre deberá estar listo para mostrar mansedumbre y misericordia, conforme al
espíritu de estas leyes. Debemos responder a Dios no sólo por lo que hacemos maliciosamente sino
por lo que hacemos despreocupadamente. Por tanto, cuando hemos hecho daño a nuestro prójimo,
debemos hacer restitución, aunque no seamos obligados por la ley. Que estas escrituras dirijan
nuestra alma a recordar que si la gracia de Dios de verdad se nos ha manifestado, entonces nos ha
enseñado y capacitado para conducirnos de tal modo por su santo poder, que renunciando a la
impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, Tito ii, 12. Y
la gracia de Dios nos enseña que como el Señor es nuestra porción, hay suficiente en Él para
satisfacer todos los deseos de nuestra alma.