Vv. 17—20. Había dos caminos de Egipto a Canaán. Uno era de sólo unos pocos días de viaje; el
otro, era mucho más largo, yendo hacia el desierto, y ese fue el camino que Dios eligió para conducir
a su pueblo Israel. Los egipcios tenían que ahogarse en el Mar Rojo; los israelitas tenían que
humillarse y ser probados en el desierto. El camino de Dios es el buen camino, aunque no lo parezca.
Si pensamos que Él no conduce a su pueblo por el camino más corto podemos tener, no obstante, la
seguridad de que Él los lleva por el mejor camino y así quedara en evidencia cuando hayamos
llegado al final de nuestro viaje. Los filisteos eran enemigos fuertes; era necesario que los israelitas
fueran preparados para las guerras de Canaán, pasando por las dificultades del desierto. Así, pues,
Dios proporciona las pruebas a su pueblo para fortaleza de ellos, 1 Corintios x, 13. —Salieron en
buen orden. Unos iban de a cinco por fila; otros, en cinco bandas, lo que parece ser significativo.
Llevaron consigo los huesos de José. Era un estímulo para su fe y esperanza que Dios los llevara a
Canaán, cuya esperanza hacía que ellos llevaran sus huesos por el desierto