El Espíritu Santo es soberano sobre nosotros; debemos vivir bajo Su autoridad en todo lo que hacemos. En cada elección que hacemos, ya sean en cosas grandes o pequeñas, el Espíritu tiene la autoridad sobre nuestras vidas. Como hijos de Dios somos guiados por la vida y hacia la eternidad por el Espíritu Santo. ¿Cómo mostramos nuestra sumisión a Su autoridad?
1) No por corazonadas, sino por la Sagrada Escritura.
Algunas personas hablan sin cesar sobre sentir la autoridad del Espíritu en lo que hacen. Dicen: «El Espíritu me dijo», «el Espíritu me mostró» o «el Espíritu me guió a hacer esto o aquello». Su lenguaje también alienta a otros cristianos a hablar de esta manera. Pero me pregunto: ¿Debemos esperar una guía inmediata del Espíritu para cada decisión que tomamos?
Si notamos una coincidencia sorprendente, si descubrimos una nueva interpretación de un versículo de la Biblia, o si algún pensamiento indiscreto se engancha en nuestras mentes y no se va, ¿inmediatamente concluimos que estas cosas son del Espíritu? Esto puede provocar dos reacciones. La primera es orgullo, elitismo o un sentido de superioridad en aquellos que afirman tener impulsos o susurros constantes del Espíritu Santo. La segunda es ansiedad, depresión e impotencia para actuar en los que no experimentan tales corazonadas del cielo.
Así que, ¿cómo mostramos una correcta sumisión a la autoridad del Espíritu Santo? Cada semana nos exponemos ante la autoridad de la Palabra de Dios dada por el Espíritu. La Palabra constantemente nos exhorta: «vive así», «cree estas verdades», «sé esta clase de padre», «sé esta clase de miembro de la iglesia», «sé esta clase de vecino», «trata a tu enemigo así», etc. En tales verdades, el Espíritu de Dios se está conectando con nosotros. Él personaliza y particulariza la Palabra que se predica semana tras semana para que captemos la voluntad de Dios para nosotros mientras estamos en la universidad, en la cocina o en un asilo de ancianos.
El resultado de escuchar la predicación sistemática, expositiva y experimental de la Palabra no es tanto que obtengamos mensajes breves de Dios cada domingo. Más bien, somos reforzados en cómo pensar, cómo emitir juicios y cómo crecer en discernimiento. Somos transformados gradualmente en hombres y mujeres semejantes a Cristo. Esa es la obra del Espíritu. Escuchamos la sabiduría de Dios cada domingo, y de manera casi imperceptible el conocimiento de Dios se hace nuestro cada vez más.
Comenzamos a ver esta sabiduría como el don del Espíritu en nosotros semana tras semana. Renueva nuestras mentes para que comencemos a razonar y a comportarnos como Dios desea. La mente de nuestro Señor Jesucristo también aumenta en nosotros. Puesto que estamos constantemente expuestos al ministerio de predicación guiado por el Espíritu, estamos cada vez menos bajo la autoridad de nuestra época. Nuestras mentes están siendo renovadas por el Espíritu día a día.
Por supuesto que el Espíritu de Dios nos puede dar destellos de discernimiento de maneras extraordinarias, directas e inmediatas. Dios puede hacer eso. No lo niego. Pero no tenemos ninguna razón para pretender ser guiados de esa manera durante toda nuestra vida cuando Dios mismo nos ha proporcionado Sus Escrituras, y ha llamado y dotado a ministros para que nos prediquen la Biblia. Así que vivamos bajo la autoridad del Espíritu Santo, no por corazonadas, sino por el entendimiento de la Santa Escritura y por la obediencia a sus preceptos.
2) No por desesperación, sino por arrepentimiento.
El plan del Espíritu Santo para el mundo es convencer de pecado y dar vida a todos los que el Padre y el Hijo le dan, transformarlos a la semejanza de Dios y llevarlos seguros al cielo. Dios Padre y Dios Hijo le dieron ese plan al Espíritu. Nosotros conocemos el plan de Dios, pero no conocemos todos los nombres que están en ese plan.
Algunas personas religiosas piensan que ya no son parte del plan del Espíritu. Una vez iniciaron con gozo el proceso de cambio para llegar a la semejanza de Cristo, pero en algún momento perdieron el rumbo al cometer alguna locura. Quizá se casaron con la persona equivocada o perdieron su sentido de llamado a la obra o fueron atraídos por las creencias no cristianas. Así que ahora piensan que sus vidas espirituales están arruinadas. Todo lo que les queda es una vida cristiana de baja calidad. Saben que no han sido desechados como desperdicio, pero sienten como si estuvieran en una estantería donde se acumula el polvo y creen que su servicio ya no puede ser útil para el Reino de Dios.
Eso es especulación. Más bien creo que el diablo quiere decirles a muchos cristianos que están acabados. Si el enemigo logra que los cristianos crean eso, ha hecho algo muy inteligente en verdad, pues todo es conjetura. Nada en la Escritura apoya esa idea enfermiza.
Dios puede permitir que caigamos para humillarnos. Cuando Pedro negó que conocía a Cristo aprendió lecciones que no podía haber aprendido de ninguna otra manera. Aunque lo que Pedro hizo estuvo absolutamente mal, a raíz de eso llegó a convertirse en un mejor hombre. Además, ¿no puede Dios restaurarte después de haberte extraviado?
Es verdad que las malas elecciones traen malas consecuencias. Jacob tuvo que vivir con una cojera después de pelear con Dios y David tuvo que lidiar con problemas familiares después de cometer adulterio con Betsabé. Pero la idea de que Dios no perdonará o no puede perdonar nuestras transgresiones cuando confesamos y nos arrepentimos por nuestro pecado, o que nuestro servicio será puesto en una repisa es contrario a lo que Dios enseña en Su Palabra. Estamos bajo la autoridad del Espíritu aún después de que caemos.
Muchos de los siervos de Dios cometieron terribles errores. Jacob arruinó a su hermano y engañó a su padre. Moisés mató a un egipcio y huyó para esconderse en el desierto. David censó a su pueblo y Pedro boicoteó a los cristianos gentiles en Antioquía. Con todo, ninguno de estos hombres fue degradado a un estatus de segunda clase. Dios no dijo: «La sal ha perdido su sabor. Tírenla en el camino y pisotéenla». El Espíritu no les dijo a estos creyentes que ya no estaban bajo Su autoridad. Si Dios restauró a David después de que durmió con Betsabé y mató a su esposo, y si Dios mostró Su amor a Pedro después de que este discípulo le negó tres veces, no debemos dudar de la buena disposición de Dios para restaurar a los cristianos que reconocen que han pecado. Es blasfemo pensar que Dios se negará a perdonarnos después de que hemos ido a Él en arrepentimiento y hemos confesado nuestros pecados en el nombre de Jesús. Mostramos que estamos bajo la autoridad del Espíritu arrepintiéndonos de nuestros pecados.
3) Respetando la santidad del Espíritu Santo.
Si estamos bajo la autoridad del Espíritu, no debemos entristecerlo al hacer actos contrarios a Dios. El Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios; y los tres son un solo Dios. De modo que cualquier cosa que sea contraria a Dios o a Cristo contristará al Espíritu Santo. Esto es evidente en Efesios 4:30, donde se nos dice que el Espíritu Santo es el «Santo Espíritu de Dios». Este Espíritu viene de Dios Padre y Dios Hijo para obrar en las vidas del pueblo que Dios ama. Cualquier cosa contraria a Dios o a Cristo entristecerá profundamente al Espíritu de Dios.
El Espíritu Santo es el Espíritu de verdad; cualquier cosa contraria a la verdad, como se revela en las Escrituras, entristecerá al Espíritu Santo. No debemos caer en el engaño, ni tener una lengua mentirosa, ni decir una verdad a medias, ni callarnos cuando no es adecuado, ni cometer errores contrarios a la palabra de verdad porque el Espíritu Santo es el Espíritu de verdad. Inspiró a los hombres de antaño a escribir la verdad para nuestra instrucción y edificación. Cualquier cosa que se rebele contra la verdad de las Escrituras o rete los mandatos de la Biblia entristece al Espíritu Santo de Dios.
Cualquier cosa contraria al espíritu de amor también entristece al Espíritu, porque el Espíritu Santo es la fuente de nuestro amor. El Espíritu Santo nos capacita para amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos. Él nos da la gracia para amar a nuestros enemigos, para hacer bien a los que nos usan con malicia y para vivir en armonía con otros creyentes.
Pablo nos exhorta a ser «siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor. Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz» (Ef 4:2-3). Si en nuestras relaciones permitimos la hostilidad, el desdén y la impaciencia, el Espíritu Santo seguramente se entristecerá. La división, el conflicto, la amargura y la impaciencia no tienen lugar en el cuerpo de Cristo y entristecen al Espíritu Santo de Dios. Si estamos bajo la autoridad del Espíritu, no queremos entristecer al Espíritu Santo de Dios.
GEOFFREY THOMAS