El evangelio —el mensaje de lo que Cristo hizo por nosotros— es una realidad redentora que transforma la vida del creyente, la iglesia y la cultura. El evangelio nos concede una nueva identidad. Nos deja bien en claro quién es Dios, lo que hizo, lo que hará y quien eres como Su hijo. Por eso debe ocupar un lugar central en la iglesia, ya que tiene el poder para cambiar el corazón, las relaciones, nuestra identidad, nuestra cultura y mucho más.
Si el evangelio tiene todo este alcance debido a su gran poder, la pregunta en la quiero invitarte a reflexionar es: ¿Cómo luce una iglesia centrada en el evangelio? Estas son tres marcas que siempre deben destacarse:
1) Está unida por Cristo
Muchas de las comunidades de hoy están compuestas y unidas por lazos naturales. Consisten de personas atrayendo a personas que son como ellos. Está la comunidad de motociclistas, la comunidad de madres solteras y la comunidad vegana, entre otras. Pero cuando pensamos en la iglesia, ella es completamente distinta.
Si la iglesia se mantiene unida solo por los lazos naturales entre sus miembros, ella podría existir sin Dios y el evangelio. Sin embargo, según la Escritura, la iglesia está compuesta por hombres y mujeres salvados por gracia, quienes lo único o principal que tienen en común es Cristo. Solo en la iglesia observamos este tipo de unidad a pesar de la diversidad.
Pensemos en un grupo de judíos y gentiles (no judíos) en el primer siglo que no tenían nada en común aparte del aborrecimiento de los unos hacia los otros. En la Biblia, leemos de ambos grupos en la misma iglesia local, adorando juntos y viviendo la verdad en amor (Ef 2:11-16). ¿Cómo puede eso ser posible? Por el vínculo de Cristo.
Hace poco escuché de una iglesia donde los jóvenes y los adultos no se juntaban, sino que solo se congregaban de manera separada. Las personas se reunían solo con quienes tuvieran cosas en común, lo que en este caso era la edad. Lamentablemente, esta comunidad está lejos de estar centrada en el evangelio.
En Cristo, nuestra identidad ya no procede de nuestros vínculos sanguíneos, de nuestros títulos profesionales o de cualquier otra cosa aparte del hecho de que estamos en Él. Así, como ciudadano colombiano, tengo más en común con mi hermano en Cristo coreano que con mi propio hermano de sangre que no es cristiano. Sin duda, esto es sobrenatural.
2) Camina en sinceridad
En una ocasión escuché a alguien decir sobre los creyentes que «todos somos fariseos en recuperación», y cada vez estoy más convencido de que es así.
El peor enemigo de una iglesia es el legalismo. El legalismo intenta obtener el favor de Dios a través de sus propias obras, minimizando así la obra gloriosa de Cristo. Te lleva a vivir una vida hipócrita, pues el legalista no es capaz de reconocer su necesidad profunda y constante de la gracia de Cristo. El legalismo te impulsa a encontrar paz en tus obras, pero el evangelio levanta tu rostro y te invita a admirar solo a Cristo y Su obra.
La gracia salvadora de Dios nos recuerda que somos libres para confesar nuestros fracasos y pecados porque ellos fueron cubiertos por Su sangre. También nos enseña que no tenemos que tomar el crédito por lo que solo Dios puede producir. Por lo tanto, una iglesia centrada en el evangelio se caracteriza por la sinceridad en cuanto a sus luchas y pecados. Podemos confesar las acciones pecaminosas que hemos cometido contra los demás, ya que la gracia de Dios nos permite reconciliarnos unos a otros.
Lo contrario es una iglesia donde sus miembros solo muestran una fachada opuesta a lo que realmente ocurre en cada corazón. Cuando el evangelio no ocupa un lugar central en la iglesia, sus miembros se caracterizan por hablar más de sus victorias que de sus luchas, ya que temen confesar sus debilidades y pecados. Esto demuestra una falta de comprensión del evangelio y Su gracia.
Dios nos ofrece gracia cada día porque todavía la necesitamos. Negar la realidad de nuestros corazones jamás traerá consigo cosas buenas. Una iglesia donde sus miembros viven para ocultar sus debilidades y pecados, no gozará de buena salud espiritual. El evangelio nos invita a ser una comunidad honesta al respecto, a fin de que podamos ser guiados a la amorosa gracia redentora, rescatadora y transformadora de Dios.
3) Proclama a Cristo como Salvador y Rey
«No hay un centímetro cuadrado en todo el dominio de la existencia humana en el que Cristo Soberano de todo no reclame: me pertenece». Esta frase de Abraham Kuyper nos recuerda la condición presente de la creación, donde Dios el Padre ha delegado la soberanía total del cielo y la tierra al Señor Jesucristo (Ef 1:9-10). Esto debe ser central en nuestra cosmovisión. Como explica Charles Colson:
El fracaso más singular de la iglesia en las décadas recientes ha sido su fallo en ver el cristianismo como un sistema (total) de vida, como una cosmovisión. Al no ver la verdad cristiana en cada aspecto de la vida, dejamos de percibir las grandes profundidades de la belleza y del significado: la emoción de ver el esplendor de Dios en la complejidad de la naturaleza, oír Su voz en la ejecución de una gran sinfonía o detectar Su carácter en la armonía de una comunidad bien organizada (Y ahora… ¿Cómo viviremos?, xii).
Una iglesia centrada en el evangelio proclama a un Cristo poderoso para salvar y quien también reina sobre todo. Él nos dice: «Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra» (Mt 28:18), implicando toda autoridad sobre el mundo espiritual, sobre el mundo físico y el social. Por lo tanto, para una iglesia centrada en el evangelio no existe una división entre lo secular y lo sagrado, como si Cristo nos permitiera vivir en una esfera bajo su Señorío y en otras bajo nuestra propia cuenta.
Cristo es Señor sobre toda esfera de la vida. Él es Rey de la iglesia, Rey sobre los gobiernos, Rey sobre la economía, Rey sobre la esfera laboral. Cristo es Rey sobre todo y Su evangelio lo transforma todo: incluyendo nuestras relaciones, nuestra identidad e incluso nuestra cultura.
PLINIO OROZCO