Eclesiastés 3:9-15
Después de una larga lista de circunstancias que pueden pasar en la vida, con la que el escritor inicia el capítulo tres, y nos hace reflexionar sobre el disfrute y los sinsabores que aderezan nuestro existir, en el versículo 9 lanza una pregunta retórica: “¿Qué provecho tiene el que trabaja, de aquello en que se afana?” La respuesta es: Ninguno. La razón: En el original la palabra “afanarse” es trabajar arduamente y con fastidio, fatigarse. Cuando uno trabaja en algo que no se disfruta, no tiene sentido.
Hay decisiones que elegimos y el Señor las respeta, de todo se aprende. Las condiciones en que vivimos son usadas por el Padre. Asimismo, Dios ha puesto habilidades en nosotras con un propósito. ¿En qué momento dejaste de cantar, de dibujar, de tocar un instrumento, de bordar, de organizar eventos, de ayudar en asociaciones de beneficencia, porque alguien te dijo: “y eso para qué, no tiene trascendencia”? Me viene a la mente en este pasaje y siguientes, Efesios 2.10: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” Aun en lo bueno que hacemos no hay mérito, porque Él pone el querer como el hacer en nuestros corazones.
Nuestro Padre diseñó un plan para cada una de sus criaturas, aunque no lo alcancemos a entender en su plenitud. Por eso añade que no hay mejor cosa que hacer el bien y gozar nuestras labores. Si no te gusta tu empleo, busca uno en el que desarrolles tus potenciales, no sufras. Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? (Rom. 9:20b). Todo lo que Dios hace permanecerá para siempre y no habrá ningún cambio. Lo único que nos corresponde es estar en comunión con Él, con reverencia y confianza en que tiene un buen fin para cada uno. Finalmente, dice la canción que “lo pasado, pasado”, y lo que acontecerá, el Creador ya lo sabe, simplemente tiene misericordia y restaura corazones.