Vv. 9—12. Moisés llevó a Israel hasta las fronteras de Canaán y, luego, murió y los dejó. Esto
significa que nada perfeccionó la ley, Hebreos vii, 19. Lleva a los hombres a un desierto de
convicción de pecado, pero no al Canaán del reposo y paz estable. Esa honra quedó reservada para
Josué, nuestro Señor Jesús, del cual Josué era un tipo (y el nombre es el mismo), que hace por
nosotros lo que la ley no podía hacer, Romanos viii, 3. Por Él entramos al reposo espiritual de
conciencia y al reposo eterno en el cielo. —Moisés fue mayor que cualquier otro profeta del Antiguo
Testamento. Pero nuestro Señor Jesús fue más allá que él, mucho más allá que los demás profetas
que se quedaron atrás respecto de Él. Y vemos aquí un fuerte parecido entre el redentor de los hijos
de Israel y el Redentor de la humanidad. Moisés fue enviado por Dios a liberar a los israelitas de una
cruel esclavitud; él los sacó y venció a sus enemigos. Él llegó a ser no sólo el libertador de ellos, sino
su legislador; no sólo su legislador, sino su juez; y, finalmente, los condujo a la frontera de la tierra
prometida. Nuestro bendito Salvador vino a rescatarnos de la esclavitud del diablo y a restaurarnos a
la libertad y la felicidad. Él vino a confirmar cada precepto moral del primer legislador; y a
escribirlos no sobre tablas de piedra, sino sobre tablas de carne del corazón. Él vino para ser nuestro
Juez también, por cuanto ha designado un día en que juzgará todos los secretos de los hombres y
recompensará o castigará conforme a ello. Esta grandeza de Cristo por sobre Moisés es una razón
por la cual los cristianos deben ser obedientes y fieles a la santa religión por la cual profesan ser
seguidores de Cristo. ¡Dios nos haga a todos así por Su gracia!