Las iglesias cristianas han llegado al tiempo peligroso del cual se profetizó en la antigüedad. Es un tiempo en el que podemos darnos palmaditas en la espalda, felicitarnos y declamar juntos: «Somos ricos, nos hemos enriquecido, ¡y de ninguna cosa tenemos necesidad!».
Ciertamente podemos afirmar que casi nada falta en nuestras iglesias de hoy, salvo lo más importante. Nos falta presentarnos como una ofrenda genuina y sagrada, y ofrecer nuestra adoración al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Juan registra que el ángel de la iglesia de Laodicea presentó estos cargos y amonestaciones: «Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad… Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete» (Ap 3:17, 19).
Mi lealtad y responsabilidad están, y estarán siempre, con las iglesias que creen en la Biblia, honran a Cristo y son de fuerte tendencia evangélica. Hemos avanzado. Hemos edificado grandes iglesias y grandes congregaciones. Ostentamos estándares elevados, y hablamos mucho sobre avivamiento. Pero tengo una pregunta, y no es simple retórica: «¿Qué pasó con nuestra adoración?».
La respuesta de muchos es: «Somos ricos y no tenemos necesidad de nada. ¿Acaso no revela esto la bendición de Dios?». ¿Sabías que el filósofo Jean-Paul Sartre afirmó haberse volcado a la filosofía y la desesperanza como una manera de apartarse de una iglesia secular? Él dice: «En el Dios de moda que me enseñaron no reconocí a Aquel que esperaba mi alma. Yo necesitaba un Creador, ¡y a cambio me ofrecieron un gran hombre de negocios!».
A ninguno de nosotros nos preocupa lo suficiente la imagen que proyectamos a la comunidad que nos rodea. Al menos eso es lo que sucede cuando profesamos pertenecer a Jesucristo y no somos capaces de demostrar Su amor y compasión como deberíamos. Los fundamentalistas y cristianos «ortodoxos» nos hemos ganado la reputación de ser «tigres»: unos luchadores por la verdad. Nuestras manos están callosas por el uso de manoplas con las que hemos combatido a los liberales.
El significado de nuestra fe cristiana para un mundo perdido nos obliga a defender la verdad y luchar por la fe siempre que sea necesario. Sin embargo, hay una estrategia mejor, incluso para enfrentar a quienes son liberales en su fe y en su teología. Podemos hacer mucho más por ellos actuando como Cristo, en lugar de golpearlos en la cabeza con nuestros puños, en sentido figurado.
Los liberales nos dicen que no pueden creer en la Biblia. Nos dicen que no pueden creer que Jesucristo fue el unigénito Hijo de Dios. Al menos la mayoría de ellos son sinceros en esto. Además, estoy seguro de que maldecirlos no logrará que se arrodillen. Si somos guiados por el Espíritu de Dios y demostramos el amor de Dios que este mundo necesita, nos convertimos en «santos cautivadores».
Lo misterioso y maravilloso de esto es que los santos verdaderamente amorosos y cautivadores ni siquiera se percatan de su atractivo. Los grandes santos de tiempos pasados no sabían que eran grandes santos. Si alguien se lo hubiera dicho, no lo habrían creído, pero aquellos a Su alrededor sabían que Jesús vivía a través de ellos.
Pienso que nos volvemos santos cautivadores cuando los propósitos de Dios en Cristo se vuelven claros para nosotros. Eso somos, cuando empezamos a adorar a Dios porque Él es quien es. Al parecer, los cristianos evangélicos están a veces confundidos e inseguros acerca de la naturaleza de Dios y de sus propósitos en la creación y la redención. Cuando eso sucede, por lo general es culpa de los predicadores. Todavía existen predicadores y maestros que afirman que Cristo murió con el propósito de que no bebamos, ni fumemos, ni vayamos al teatro.
¡Con razón la gente está confundida! Con razón caen en el hábito de retroceder cuando se sostiene que tales cosas son la razón de la salvación.
¡Jesús nació de una virgen, sufrió bajo Poncio Pilato, murió en la cruz y resucitó del sepulcro para transformar rebeldes en adoradores! Todo esto por medio de la gracia. Nosotros somos los beneficiarios. Puede que esto no suene espectacular, pero es la revelación de Dios, y la manera en que Dios lo hizo.
Otro ejemplo de nuestro razonamiento equivocado sobre Dios es la actitud de muchos que consideran que Dios necesita nuestra beneficencia. Lo ven como una especie de dirigente frustrado que no logra encontrar ayuda suficiente. Se para junto al camino y pregunta quiénes pueden venir a ayudarle para empezar a hacer su obra.
Oh, ¡si tan solo recordáramos quién es Él! Dios nunca ha necesitado a ninguno de nosotros. Pero fingimos que es así, y nos asombramos cuando alguien accede a «trabajar para el Señor».
Todos deberíamos estar dispuestos a trabajar para el Señor, pero es un asunto de gracia de Su parte. No deberíamos preocuparnos por trabajar para Dios hasta que hayamos aprendido el significado y el deleite de adorarlo. Un adorador puede trabajar en su obra con calidad eterna. En cambio, un obrero que no adora solo acumulará madera, paja y rastrojo para el momento en que Dios encienda el mundo con fuego. Me temo que muchos que se dicen cristianos no quieren oír ese tipo de declaraciones acerca de su «ocupada agenda», pero es la verdad. Dios está tratando de llamarnos a volver a la esencia para la cual nos creó: ¡adorarlo y deleitarnos en Él para siempre!
Es solo entonces que, como fruto de nuestra profunda adoración, hacemos Su obra. Escuché a un rector universitario decir que la iglesia «padece un brote de falta de profesionalismo». Cualquier individuo flojo e inútil, carente de formación, de entrenamiento y de vida espiritual, puede iniciar una idea religiosa y encontrar una gran cantidad de seguidores que oyen, promueven y pagan por ello. Puede resultar evidente que, para empezar, dicha persona nunca había escuchado algo de Dios. Esta clase de fenómenos sucede por doquier porque no somos adoradores.
Si en verdad somos contados entre los adoradores, no desperdiciaremos nuestro tiempo en proyectos religiosos, carnales o mundanos. Todos los ejemplos que tenemos en la Biblia ilustran que la adoración gozosa, ferviente y reverente constituye la ocupación normal de los seres morales. Cada atisbo que se nos ha revelado del cielo y de los seres creados es siempre un atisbo de la adoración, del gozo y de la alabanza porque Dios es Dios. El apóstol Juan nos presenta una sencilla descripción de los seres creados alrededor del trono de Dios. Así habla Juan de la ocupación de los ancianos:
Los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas (Ap 4:10-11).
Hablo en serio cuando digo que preferiría adorar a Dios en vez de hacer cualquier otra cosa. Puede que tu respuesta sea: «Si adoras a Dios, no haces nada más». Sin embargo, esto solo revela que no has hecho tu tarea. Lo más hermoso de la adoración es que te prepara y te capacita para enfocarte en las cosas importantes que es menester hacer para Dios.
¡Escúchame! Prácticamente toda gran obra que se ha llevado a cabo en la iglesia de Cristo desde el apóstol Pablo fue realizada por quienes han resplandecido con la radiante adoración a su Dios.
Un examen de la historia de la iglesia revelará que aquellos con ansias de adorar fueron también quienes se convirtieron en grandes obreros. Los grandes santos cuyos himnos cantamos tiernamente eran tan activos en su fe que debemos preguntarnos cómo lograban hacer tanto. Los grandes hospitales nacieron en los corazones de creyentes adoradores. Las instituciones mentales nacieron en los corazones de hombres y mujeres compasivos que adoraban. Cabe añadir que siempre que la iglesia ha salido de su letargo, se ha levantado de su sueño y se ha lanzado en las olas del avivamiento y la renovación espiritual, los adoradores han estado siempre detrás de ello.
Cometeríamos un error si retrocedemos y decimos: «Pero si nos entregamos a la adoración, nadie hará nada». Antes bien, si nos entregamos al llamado divino de la adoración, todos harán más de lo que hacen en este momento. La única diferencia es que lo que hacen tendrá sentido y relevancia. Tendrá impreso el sello de la eternidad; será oro, plata y piedras preciosas, no madera, paja, y rastrojo.