Vv. 1—3. He aquí una visión que muestra, por una figura, las limitaciones puestas al mismo Satanás.
Cristo, con poder omnipotente, impedirá que el diablo engañe a la humanidad como hasta ahora lo
ha hecho. No le falta poder ni instrumentos para romper el poder de Satanás. Cristo lo encierra por
su poder y lo sella por su autoridad. La iglesia tendrá un tiempo de paz y prosperidad, pero todas sus
pruebas aún no terminaron.
Vv. 4—6. He aquí un relato del reino de los santos por el mismo tiempo que Satanás esté atado.
Los que sufren con Cristo reinarán con Él en su reino espiritual y celestial, en conformidad con Él en
su sabiduría, justicia y santidad: esto se llama la primera resurrección con que serán solamente
favorecidos todos los que sirvan a Cristo y sufran por Él. Se declara la felicidad de estos siervos de
Cristo. Nadie puede ser bendecido sino los que son santos, y todos los que son santos serán
bendecidos. Algo sabemos de lo que es la primera muerte, y es muy espantosa, pero no sabemos lo
que es muerte segunda. Debe ser mucho más terrible; es la muerte del alma, la separación eterna de
Dios. Que nunca sepamos lo que es: quienes han sido hechos partícipes de la resurrección espiritual,
son salvos del poder de la muerte segunda. Podemos esperar que mil años sigan a la destrucción del
anticristo, de las potencias idólatras y de los perseguidores, durante los cuales el cristianismo puro de
doctrina, adoración y santidad, será dado a conocer en toda la tierra. Por la obra todopoderosa del
Espíritu Santo, los hombres caídos serán creados de nuevo; y la fe y la santidad prevalecerán tan
ciertamente como ahora dominan la incredulidad y la impiedad. Podemos notar con facilidad que
cesará toda una gama de dolores, enfermedades y otras calamidades terribles, como si todos los
hombres fuesen cristianos verdaderos y coherentes. Todos los males de las contiendas públicas y
privadas terminarán, y la felicidad de toda clase se generalizará. Todo hombre tratará de aliviar el
sufrimiento en lugar de agregar a las penas de quienes le rodean. Nuestro deber es orar por los días
gloriosos prometidos, y hacer todo lo que en nuestros puestos públicos o privados puedan preparar
para ellos.