Vv. 1—8. Los que son amados de Cristo, amarán a los hermanos por amor a Él. La prosperidad del
alma es la mayor bendición a este lado del cielo. La gracia y la salud son ricas compañías. La gracia
empleará la salud. El alma rica puede estar alojada en el cuerpo débil; y la gracia debe, entonces,
ejercerse para someterse a tal dispensación. Pero podemos desear y orar que los que tienen almas
prósperas puedan tener cuerpos sanos; que su gracia pueda brillar donde aún haya lugar para la
actividad. Cuántos profesantes hay, sobre los cuales deben volverse las palabras del apóstol, y
debemos desear con fervor y orar que sus almas prosperen, ¡al prosperar su salud y sus
circunstancias! —La fe verdadera obrará por amor. Dar un buen informe corresponde a los que
reciben el bien; ellos no pueden sino testificar a la iglesia lo que hallaron y sintieron. Los hombres
buenos se regocijan en la prosperidad del alma del prójimo; y se alegran al oír de la gracia y la
bondad de otros. Así como es gozo para los buenos padres, será un gozo para los buenos ministros
ver que su gente adorna su profesión. —Gayo pasó por alto diferencias menores entre cristianos
serios y ayudó generosamente a todos los que llevaban la imagen y hacían la obra de Cristo. Fue
recto en lo que hizo como siervo fiel. Las almas fieles pueden oír que se les elogia sin envanecerse;
la felicitación de lo que es bueno en ellos, los pone a los pies de la cruz de Cristo. —Los cristianos
deben considerar no sólo lo que deben hacer, sino lo que pueden hacer; y deben hacer hasta las cosas
corrientes de la vida, de buena voluntad, con buen ánimo, sirviendo en ello a Dios y procurando así
su gloria. Los que dan a conocer libremente el evangelio de Cristo, serán ayudados por los demás a
quienes Dios da los medios. Los que no pueden proclamarlo pueden recibir, de todos modos, ayuda
y sostener a los que sí lo hacen.