Vv. 13—15. Cuando oímos de la apostasía de muchos es gran consuelo y gozo que haya un
remanente conforme a la elección de gracia que persevera y perseverará; debemos regocijarnos
especialmente si tenemos razón para esperar estar en ese número. La preservación de los santos se
debe a que Dios los ama con amor eterno desde el comienzo del mundo. El fin y los medios no
deben separarse. La fe y la santidad deben unirse así como la santidad y la felicidad. El llamamiento
externo de Dios es por el evangelio; y este es hecho efectivo por la obra interior del Espíritu. La
creencia en la verdad lleva al pecador a confiar en Cristo, y así a amarle y a obedecerle; están
sellados por el Espíritu Santo sobre su corazón. No tenemos prueba cierta de que algo más haya sido
entregado por los apóstoles fuera de lo que hallamos contenido en las Sagradas Escrituras.
Aferrémonos firmemente a las doctrinas enseñadas por los apóstoles y rechacemos todos los
agregados y las vanas tradiciones.
Vv. 16, 17. Podemos y debemos dirigir nuestras oraciones no sólo a Dios Padre por medio de
nuestro Señor Jesucristo, sino también a nuestro Señor Jesucristo mismo. Debemos orar en su
nombre a Dios, no sólo como su Padre sino como nuestro Padre en Él y por medio de Él. Manantial
y fuente de todo el bien que tenemos o esperamos es el amor de Dios en Cristo Jesús. Hay buenas
razones para grandes bendiciones, porque los santos tienen una buena esperanza por medio de la
gracia. La gracia y la misericordia gratuita de Dios son lo que ellos esperan y en las que fundan sus
esperanzas, y no algún valor o mérito propio de ellos. Mientras más placer tengamos en la palabra,
las obras y los caminos de Dios, más probablemente seremos preservados en ellas, pero si vacilamos
en la fe y si tenemos una mente que duda, vacilando y tropezando en nuestro deber, no es raro que
seamos extraños a los goces de la religión.