Un letrero en las afueras de Chicago pregunta a los conductores: «¿Adónde vas? ¿Al cielo o al infierno?». La palabra «cielo» brilla sobre nubes iluminadas, mientras que «infierno» arde entre llamas furiosas. Abajo aparece un número para que llamen los conductores que se sientan condenados.
Espero que muchos lo hagan, aunque me pregunto hasta qué punto son eficaces estos mensajes al borde de la carretera en nuestra época secular y pluralista. Jesús promete hacernos «pescadores de hombres» (Mt 4:19), pero a menudo parece que los peces no muerden el anzuelo. Muchos permanecen asombrosamente indiferentes a la otra vida, están totalmente centrados en el aquí y ahora. Si se les pregunta adónde van a ir cuando mueran, se encogen de hombros y dicen que ya se encargarán de ello cuando llegue el momento. Suponen que todo saldrá bien.
Algunas iglesias responden a esa falta de interés en la vida después de la muerte cambiando de tema. Rara vez mencionan la muerte o el infierno y hacen hincapié en cómo Jesús mejora nuestra vida actual. Él es nuestro mejor amigo, que lleva nuestras cargas y sana nuestras dolencias. Estos ministerios pueden pensar que aún están pescando, pero más bien se parecen a niños que, aburridos de que sus cañas de pescar no se muevan, se han metido en aguas poco profundas para agarrar pececillos.
Para usar una metáfora de béisbol, están jugando a la pelota pequeña. Se contentan con un sencillo, un robo de segunda, un toque de pelota para llegar a tercera y luego un elevado de sacrificio para lograr una carrera. Por favor, escúchame. Debemos mostrar a la gente cómo Jesús nos ayuda con los problemas de hoy. Pero nunca debemos olvidar que solo nosotros tenemos la respuesta al pecado, la muerte y el infierno. Algún día Jesús nos preguntará por qué rara vez intentamos batear un cuadrangular.
¿Pero cómo lo hacemos? ¿Cómo podemos despertar el apetito de las personas por la otra vida cuando solo parece interesarles esta? Podríamos seguir el ejemplo de las Escrituras y explicar que la próxima vida se parecerá mucho a esta. En concreto, podríamos intentar tres estrategias.
1. Habla de las esperanzas menos importantes
El anhelo más profundo de todo corazón humano solo puede ser satisfecho cuando recibimos a nuestro Señor y Salvador. Jesús dijo: «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Jn 17:3). Pero si las cosas más excelentes de la vida se aprecian con el tiempo, no deberíamos sorprendernos cuando los incrédulos, cuyas mentes han sido cegadas por Satanás, aún no aprecian «el resplandor del evangelio de la gloria de Cristo» (2 Co 4:4). Tal vez por eso nuestro Señor, al mismo tiempo que llamaba a las personas a amarlo sobre todas las cosas, también prometía recompensas menores (Mt 5:11-12; 6:19-21; 25:23; Mr 9:41; Lc 6:35; 19:11-27). En concreto, dijo a sus discípulos que «heredarán la tierra» (Mt 5:5), lo cual no es una metáfora.
Isaías, Pedro y Juan declaran que el pueblo de Dios vivirá para siempre en una tierra nueva (Is 65:17-25; 2 P 3:10-13; Ap 21.1-5). La frase «un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap 21:1) enmarca la Escritura junto con su contraparte: «En el principio, Dios creó los cielos y la tierra» (Gn 1:1). Empieza con la creación y termina con la nueva creación. La historia de Dios finaliza de una manera muy similar a como empezó, con Su pueblo redimido adorándole, en comunión unos con otros y disfrutando de los muchos deleites del mundo bueno de Dios.
Por supuesto, debemos hablar a la gente del consuelo inmenso de ir al cielo cuando mueran. ¿Quién puede imaginar ese primer momento en el que veamos a Jesús? Pero digámosles también que ese clímax inefable no es el final. El cielo no es nuestro destino final, sino la primera parada de un viaje que es de ida y vuelta (por eso el viaje de nuestra alma al cielo se llama «estado intermedio»). Los cristianos creen en las tres R: el regreso de Cristo, la resurrección del cuerpo y la restauración de todas las cosas.
Digamos a las personas que su decisión final no es solo entre el cielo y el infierno, sino entre el infierno y esta tierra. ¿Quieres vivir para siempre aquí cuando este planeta sea restaurado? Todo lo que no te gusta de tu vida se puede remontar a la caída de Adán. Imagínate vivir aquí cuando la maldición sea revertida. ¿Qué tan dulces serán nuestras frutas? ¿Qué tan vibrantes serán nuestros colores? ¿Qué tan buena será nuestra música? Si te gusta ser humano y te gusta vivir aquí, te va a encantar la tierra nueva. Arrepiéntete de tu pecado, pon tu fe en Jesús y todo esto será tuyo. Literalmente.
2. Finaliza con el mayor temor
Jesús habló a menudo de las recompensas, pero también habló más que nadie del infierno. Si seguimos Su ejemplo y hablamos a las personas de las glorias que les esperan a quienes le aman, también deberíamos seguir Su ejemplo y advertir del desastre que vendrá sobre ellos si no lo hacen. Lo que está en juego no puede ser más importante. Jesús promete un gozo terrenal infinito a los que se apartan de su pecado y un infierno eterno a los que se niegan a hacerlo.
Hablar del infierno puede ser incómodo, ya que no queremos manipular a la gente con el miedo o parecer la caricatura de la esquina que grita: «¡Arrepiéntete o quémate!». Lo entiendo. Por eso es importante mencionar la esperanza del futuro prometido por Dios. Debemos enfatizar para qué nos salva Jesús.
Pero no debemos olvidar de qué nos salva Jesús. Si la esperanza nos lleva a la tierra prometida, un temor sano nos guardará de volver a Egipto. El temor es la motivación adecuada cuando el peligro es real. Encontrarse con un oso en el bosque es el momento equivocado para decir: «Me niego a ser motivado por el miedo. Elijo actuar completamente a partir del amor». ¡Serías su almuerzo! Si el infierno es real, las personas deberían tenerle más miedo que a cualquier otra cosa.
Puede que no quieras asustar a la gente para que se arrepienta, pero Jesús sí lo hizo. Le dijo a las personas que deberían sacarse el ojo o cortarse la mano si eso les salvaría de ir al infierno (Mt 5:29-30). No hablo del infierno con tanta vehemencia y frecuencia como lo hacía Jesús. Si a Él no le preocupaba la manipulación, a mí tampoco debería preocuparme.
3. Invítalos a la iglesia
Puede que nada de esto importe a las personas pegadas a sus teléfonos inteligentes, yendo de una distracción a otra. La incesante cacofonía de la tecnología reduce inevitablemente nuestros horizontes. Algunos corazones están tan duros que apenas piensan en el mañana, por no hablar de la próxima semana o el próximo año. ¿Qué podría hacerles reflexionar sobre la vida después de la muerte?
La respuesta es la asamblea del pueblo de Dios. Somos «la iglesia del Dios vivo, columna y sostén de la verdad» (1 Ti 3:15). Somos la comunidad en la que se proclaman y se hacen palpables las promesas y las advertencias de Jesús. Cuando nos reunimos en presencia de Cristo, Su Espíritu reorienta nuestros corazones hacia Jesús y hacia lo que verdaderamente importa. Volvemos a escuchar la historia antigua y seguimos creyendo.
Así podría ser con ellos también. El Espíritu de Dios utiliza la Palabra de Dios en el pueblo de Dios para llevar a los perdidos a Sí mismo. Seamos intencionales con nuestra predicación, nuestra liturgia y nuestra comunión. Seamos iglesia.
MIKE WITTMER